5.5.10

no sé, nonsense (pt.5)

La vida empezaba a seguir su curso, digamos, natural. Ya no estaba el sol, el cielo se hizo gris. Cruzaba las calles tranquilamente por la tarde cuando un rayo desató el aire dibujando cicatrices con olor a quemado dejando ojos algo nubosos, mojados como la tarde, atónitos ante la perfección: había un árbol en el medio del camino, en el medio del camino había un árbol. Al abuelo le iba a encantar la visión: la madera húmeda tendida en la calle, volutas de humo a su alrededor. Sonaron bocinas, los ojos no pudieron huir, el alma ya no estaba, pero los pies volaron hacia el café. Porque la vida es irritantemente previsible, me senté cerca de dios. Qué onda? Qué onda qué? Qué hacés? Camino. Café? Doble. Puro? Sí. Me contaron que vas a viajar. Verdad? Recibí un mensaje ayer. Cómo? Me escribió el papa. Se ha muerto hace mucho, dejá de joder. Ya, no te voy a molestar más. Gracias. Pero estás seguro de que te vas? Qué te importa? Puede que no encuentres lo que buscas. Y qué? Puedes arrepentirte. De un encuentro con la vida, o con la muerte? Pero en serio. No pasa nada. Seguro? La pantalla es casi un museo, sabés? Por? La naturaleza ahí está muerta, whether you tweet or shout, nadie la puede resucitar. De acuerdo. Pues, claro, llenar de colores las casas, intentar llenar los pulmones, probar el té, sea, no sé, lo que sea, quiero estar allá nomás. Entiendo. No, no, no puedes entender. Pero... Basta: si fueras dios sabrías que las pantallas de 16 millones de colores no son capaces de ofrecernos el olor de las flores.

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