la siesta me brindó una pesadilla. me despertaba de una siesta con un cuchillo de bronce a mi lado.
el cabo del cuchillo, decorado con alas, se ajustaba perfectamente a mi mano izquierda.
siniestro sonido me despertó. no eran voces, no eran gritos ni llanto.
en la tele prendida como despertador, sonaba este canto:
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