Se sentó en la mesa al lado. Callado. Era frecuentador del bar, no hay duda. El pibe que trabajaba ahí le trajo una cerveza artesanal. Después del primer vaso, me preguntó:
- Qué haces?
- Bebo, y tú?
- También. Despejándome, sabes?
- Pues, claro! A eso he venido.
- Hum... pero no sabes qué pesado es ser...
- Qué?
- Dios.
- Mira, hombre, no estás borracho, así que...
- No, no, no, por favor! Te molesto?
- Me parece que es exactamente lo que quieres.
- Para nada, por favor! Si me lo permites, te cuento mi drama.
- Bueno, te escucho.
- Ayer me escribió el obispo de Tiptophausastinotiplaxitlán.
- ???
- Tranquilo, es un nombre ficticio, secreto de Estado: si te lo contara tendría que matarte.
- Qué me decías?
- Sí, el obispo me envió un mail diciendo que...
- Un momento, por favor. Te escribió un mail el obispo, yo que sé, de la tongadamirongadokabuletê, y tú, que eres un dios, has leído...
- Ooops! No, no, no. No soy un, uno o dos. Soy Dios.
- Mejor, porque te pido perdón así, personalmente.
- En esto consiste el problema. Si yo quisiera podría escuchar a todos de una, pero no iba a aguantar, ustedes son muchos, hijo mío.
- Claro, por ahí puedes escuchar lo que te interesa nomás.
- Este es mi secreto. Me imaginaba que lo ibas a adivinar. Eres muy listo.
- Yo?
- Por supuesto! Si a ti te estoy hablando...
- Y cómo debo entenderlo? Crítica?
- No, como un hecho. Obvio.
- Pero, qué es lo que pasa?
- Lo que pasa es que me escribió el obispo a causa de un problema tuyo.
Espina congelada, sangre hirviendo, ojos saltando de las cuencas y:
- No sé si te lo cuento.
- Contarme qué? Soy exento...
- No me mientas que es feo.
- Podrías darme un descuento?
- No sé, mañana te lo cuento.
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